A medida que las temperaturas suben en el suroeste, los ciclistas montañeros de Phoenix, Arizona, se aventuran en la noche para escapar del calor.
Todas las fotos por Andrew Burr.
Son las 18:30 y la temperatura es de 44 °C cuando comenzamos a pedalear desde el South Mountain Preserve; hace dos horas alcanzaba los 46 °C. Este sendero asciende por un estrecho cañón entre laderas tostadas por el sol. El aire está tan caliente y estancado que casi puedes tocarlo. No hay sonido que perturbe el calor inerte; hasta los insectos permanecen en silencio. Mi casco negro transfiere el calor directo a mi cerebro, provocándome náuseas y un dolor de cabeza instantáneo.
Irónicamente, fueron estas condiciones tan precarias las que me trajeron aquí. Es 20 de junio de 2024, el día más largo del año en Phoenix, Arizona, y hasta ahora también el más caluroso. Resulta un comienzo adecuado para lo que será el verano más caliente jamás registrado. En 2023 la temperatura diaria promedio durante todo junio, julio y agosto fue de 36 °C. Para septiembre, la estación climatológica del Aeropuerto Internacional de Phoenix-Sky Harbor había registrado cincuenta y cinco días con máximas de al menos 43 °C.
Un calor tan intenso no solo es incómodo, sino que también puede llegar a ser mortal. Debido a este incremento de temperaturas, surgió una nueva norma entre los ciclistas de montaña de la zona: su deporte pasó a ser completamente nocturno. En el pasado, pedalear al final del día era algo que solo se realizaba durante las jornadas más oscuras del invierno, no obstante, esta es ahora la única forma de hacerlo. Estamos aquí para experimentar la nueva adaptación de primera mano.
Sin embargo, hasta el momento la cosa no va muy bien. Una brisa ligera sopla cuando alcanzamos nuestra primera arista, lo que no me brinda mucho alivio. Hemos pedaleado por menos de una hora y ya mis piernas están temblando, además ya me tomé la mitad de mi agua. Todavía hay más de 43 °C y no sé si pueda seguir avanzando.
Luego el sol llega al horizonte y todo cambia.
Kait, Kurt, Elliott Milner y Sakeus Bankson hacen una pausa durante su trayecto por el Ridgeline Trail para disfrutar de la brisa del ocaso, un breve descanso de las abrasadoras temperaturas que alcanzaron los 46 °C ese día. Este sendero está ubicado en el parque South Mountain Park & Preserve (Phoenix), el cual abarca más de sesenta y cinco kilómetros cuadrados y se extiende a lo largo de casi dieciocho kilómetros de este a oeste; es uno de los parques municipales más grandes de los Estados Unidos.
Mi primer contacto con el verano de Phoenix fue la mañana de ese mismo día, en el estacionamiento del aeropuerto. Una ráfaga caliente como un horno me golpeó al salir por las puertas corredizas de vidrio. Para cuando había terminado de montar mi bicicleta en el camión de alquiler, ya toda mi polera estaba sudada.
Con más de un millón seiscientos mil habitantes, Phoenix es la quinta ciudad más grande de los Estados Unidos, también una de las áreas metropolitanas de más rápido crecimiento, cosa que es difícil notar en un día con temperaturas de más de 43 °C. Mientras conducía hacia nuestro alojamiento en la base del South Mountain Park & Preserve, pude observar que casi no había gente en las calles, más allá de aquella atrapada en el tráfico, con aire acondicionado dentro su auto. El aire brillaba por encima de las carreteras asfaltadas, distorsionando y difuminando los colores, como si toda la ciudad fuese un espejismo. El ocasional destello de una piscina color azul felicidad prometía cierto alivio (casi un tercio de las casas en el área metropolitana de Phoenix cuentan con una), como también lo hacía el pasto verde de los campos de golf por los que pasaba en el camino.
La deshidratación puede afectarte en medio del desierto, sobre todo con temperaturas de 46 °C. La regla local es devolverte hacia el inicio del sendero antes de que te tomes la mitad de tu agua. Elliott, Sakeus y Kait se rehidratan con desesperación tras subir el Ridgeline Trail del South Mountain Park & Preserve a eso de las 19:00.
Media hora después me dirigí a la casa de alquiler y me reuní con mis compañeros de viaje: los ciclistas profesionales Kurt Refsnider y Kait Boyle; el ciclista de montaña Elliott Milner, quien vivía en Tucson; el fotógrafo Andrew Burr y los camarógrafos Joey Schusler y Kasen Schauman. Era primera hora de la tarde y ya hacía demasiado calor para salir a pedalear (las temperaturas habían superado los 43 °C), así que entramos a la casa, con el aire acondicionado encendido, para hablar de nuestros planes nocturnos mientras tomábamos bebidas frías.
Durante las épocas más frescas del año, Phoenix es algo así como un paraíso para adictos a montañas desérticas: aristas rocosas que se extienden en todas las direcciones, algunas tras ascensos verticales de más de trescientos metros y otras directamente al borde de algún vecindario. La zona cuenta con dos de los parques municipales más grandes del país. La aplicación Trailforks registra casi seiscientos kilómetros de senderos tan solo en el área metropolitana de Phoenix, que incluyen desde caminos de grava hasta empinadas zonas de escalada con superficies muy accidentadas. Tanta abundancia de rutas ha dado lugar a una comunidad silenciosa, pero muy devota, de ciclistas montañeros.
Algunos de nosotros ya habíamos pedaleado antes en Arizona: Kurt y Kait eran profesores en una universidad cercana llamada Prescott College; Kurt enseñaba geología, mientras que Kait lideraba programas de aventura, sin embargo, solo habían montado bicicleta en la ciudad unas pocas veces.
Elliot estudió en la Universidad Estatal de Arizona (ASU), por lo que durante años exploró los senderos alrededor de Phoenix. Aún viaja de vez en cuando desde Tucson para encontrarse con sus amigos. Uno de ellos es Patrick White, quien lleva siete años dirigiendo una ruta grupal de frecuencia semanal llamada “Taco Tuesday”.
“Somos muy disciplinados con el tema”, afirma Patrick, quien trabaja como director de proyectos en la ASU. “Nos reunimos todo el año, sin importar el clima o las temperaturas, ni siquiera si hay 46 °C. Siguen viniendo de diez a quince personas por lo unidos que somos como grupo”.
Dato curioso: los escorpiones brillan en la oscuridad. Estos arácnidos venenosos irradian un resplandor color turquesa cuando están expuestos a luces ultravioleta, como la que emite la luna, lo que los convierte en un espectáculo espeluznante ante la oscuridad del desierto.
Era difícil imaginar una comunidad tan activa al iniciar nuestro trayecto esa tarde, a las 18:00. El comienzo del South Mountain parecía abandonado desde hace mucho, no había ni un soplo de viento que agitara las marchitas laderas color pardo. Tras cuarenta y cinco minutos de ascenso, la situación no parece mejorar.
Sin embargo, todo cambia con la puesta del sol.
Durante la media hora siguiente, la temperatura baja unos seis grados y una ola de vida empieza a inundar el paisaje. Los pájaros cantan mientras vuelan entre las copas de los cactus saguaro y los murciélagos se precipitan en silencio contra el cielo cobalto, cazando a los insectos y abejas que de repente comienzan a zumbar en el aire frío. Un derroche de colores sutiles florece a lo largo de las laderas y la brisa arrastra el olor del rocío sobre el polvo, además de la amarga fragancia de las gobernadoras.
Parece que la noche también trae nueva vida a la ciudad. Una inmensa y deslumbrante red envuelve la blanca mole al pie de las montañas, las luces se despliegan por todo el valle, de este a oeste, extendiéndose hasta allá donde llega la vista.
Hacemos una pausa para disfrutar del panorama, luego bebemos lo que nos queda de agua, encendemos nuestras luces y nos preparamos para sumergirnos en la oscuridad. Unos minutos después, nos detenemos para tomar fotos de una sección muy rocosa. Tres grupos de ciclistas pasan con rapidez por la zona, con las luces encendidas mientras transitan el terreno accidentado con obvia familiaridad. Sin embargo, el lugar no se siente abarrotado, al menos no por humanos. Posiblemente estemos a tan solo unos kilómetros del campo de golf más cercano, pero lo único que revelan nuestras luces es una gran variedad de vida silvestre.
Aunque esta mantis religiosa fue el único animal que trató de conseguir un aventón, había muchas otras especies en el camino, incluidos ciervos, lagartijas, arañas, sapos e incluso algunos pecaríes; una criatura del tamaño de un perro, parecida a un jabalí.
A“Manejar bici de noche es una forma de experimentar el panorama en un estado diferente, uno que como humanos domesticados no solemos vivenciar”, afirma Kait. “Al anochecer, el entorno es completamente distinto. Un mundo nuevo se despierta”.
Los conejos zigzaguean a lo largo del sendero a velocidad vertiginosa, asustando a los ratones del desierto que comienzan a emerger. Los escorpiones corretean sobre la arena y, en cierto punto, un gecko regordete encuentra su camino a través de una loma. Las huellas frescas de un ciervo revuelven la arena en medio de un cruce y sonidos invisibles desde el fondo de los arbustos advierten la presencia de animales más grandes que acechan en la oscuridad.
“En caso de que nunca hayas oído los ladridos de coyotes al anochecer, es el sonido más salvaje y surrealista que puedes escuchar mientras pedaleas”, afirma Patrick. “Los nervios empiezan a llegar y uno solo comienza a desear que ya hayan encontrado qué cenar”.
Nunca quise abrazar un cactus hasta que vi un saguaro por primera vez. Están cubiertos de espinas de cinco centímetros, pueden llegar hasta los quince metros de alto y pesar hasta casi dos toneladas, además viven más de ciento cincuenta años. Recién a los sesenta, les empiezan a salir sus característicos brazos, que pueden llegar a ser docenas. Kait, Elliott y Kurt entre espinas en el Arizona National Scenic Trail.
Al día siguiente partimos a las 3:30, pedaleando a través de una subdivisión hacia el South Mountain. Técnicamente, la madrugada es el momento más fresco del día; las temperaturas actuales de casi 37 °C son las más bajas que hemos experimentado hasta el momento. Sin embargo, no se siente para nada fresco. Las olas de calor que irradian del asfalto me calientan las piernas; es hasta peor que el sol de ayer. Llegamos al singletrack justo cuando mis pies empiezan a sudar y, tan solo unos quince metros después, la temperatura comienza a sentirse muchísimo más fresca.
Unas horas más tarde me informo acerca de esta situación con la doctora Erinanne Saffell, mientras nos sentamos en su oficina, en la ASU de Tempe. Nacida y criada en Phoenix, la doctora Safell es climatóloga, directora de la Oficina del clima del estado de Arizona y profesora asociada en la ASU. Como experta en fenómenos meteorológicos extremos, asesora en cuanto a tendencias climatológicas de largo plazo en la localidad.
Según nos cuenta, lo que experimentamos esa mañana es algo llamado “isla de calor urbano”; lo que ocurre es que la infraestructura de la ciudad absorbe y retiene el calor solar a lo largo del día. Phoenix es una de las zonas del mundo en las que ocurre este fenómeno a mayor escala, lo que significa que al anochecer las áreas rurales pueden tener de seis a ocho grados menos de temperatura que las ciudades.
“No siempre se trata del aumento de la temperatura durante el día”, explica la experta. “Lo que sucede es que el asfalto, las aceras y los edificios retienen el calor de la luz solar y luego lo liberan de forma muy lenta durante la noche, por lo que las temperaturas al final del día no bajan tanto como solían hacerlo antes”.
Es importante recordar que la región de las Cuatro Esquinas necesita un junio caluroso; los monzones anuales, fuente esencial de precipitaciones en Phoenix, dependen de esas altas temperaturas. Sin embargo, ahora en la ciudad se registran casi cinco veces más días con cifras de 43 °C que a comienzos del siglo XX; en la actualidad son más de veinte al año, mientras que, en aquel entonces, solo cinco. En 2023 ese número alcanzó incluso los cincuenta y cinco días.
“Lo que hacemos es contextualizar la situación”, afirma Saffell. “En el área metropolitana de Phoenix podemos ver las cifras desde 1895. Una de las cosas que me pregunto es si estas temperaturas de 43 °C son normales”.
Pocos han experimentado los impactos del calor extremo como el capitán del cuerpo de bomberos de Phoenix John Shumaker. Ha practicado ciclismo de montaña en el estado desde finales de los ochenta, y ha salvado gente en los senderos de la zona durante dos décadas. Cada año más de doscientas personas son rescatadas en parques y reservas del condado de Maricopa; algunas se pierden, otras se lastiman e incluso “se quedan sin gasolina en medio de la nada", como afirma John.
Sin importar las causas, él y sus compañeros son los encargados de ponerlas a salvo, lo que constituye otra razón para manejar en la noche. No solo es más seguro para los ciclistas, sino también para aquellos que vienen al rescate en caso de emergencias. Tras un día de múltiples accidentes que terminó con tres rescatistas en el hospital, se empezó a cerrar senderos en el Piestewa Peak y la Camelback Mountain cada vez que el Servicio Meteorológico Nacional emitía una alerta de calor excesivo.
“Acudimos sin importar el día o las temperaturas", afirma John. “Lo ideal es tener acceso en helicóptero, pero a veces debemos ponernos las botas y llegar a pie, lo que resulta en una tremenda inversión de tiempo y desgaste para nosotros cuando eso significa subir estas montañas con temperaturas de 43 °C”.
El Mormon Trail parte directamente desde una calle ciega al sur de Phoenix y, a pesar de que el singletrack está a tan solo treinta metros del asfalto, la temperatura varía en casi seis grados. Kait y Sakeus atraviesan un tramo rocoso a las 4:30. Una hora después, ya casi había 38 °C.
Es nuestra noche final en Phoenix y decidimos recorrer el National; se trata del descenso más importante del South Mountain. El sendero es pintoresco: una cinta arenosa que serpentea a través de los cactus erizo y los altos saguaros. Pero, por alguna razón, me siento muy molesto.
Al principio, no sé ni por qué. Luego recuerdo que la temperatura ya casi alcanza los 48 °C y que siento como si me estuviese cocinando lentamente.
Es difícil sentir emoción, y mucho menos por un sendero, cuando el aire está tan caliente que podría derretir cera, pero con cada pedaleo nos acercamos más a la cima y el sol al horizonte. Cuando por fin llegamos a la arista, por encima de la ciudad, disfrutamos de unas buenas ráfagas de viento y de las vistas que ofrecen una tormenta de polvo, los relámpagos del monzón y un gran incendio que se observa a la distancia. La brisa se siente helada bajo mi ropa sudada.
A las 19:15 la temperatura ya está por debajo de los 43 °C y la luz en la cima de las montañas se transforma de color amarillo intenso a miel dorada. Nos rodea un bosque de saguaros, el más denso que hemos visto en la reserva hasta el momento. La corona de flores amarillas en la copa de cada uno convierte sus icónicas siluetas en un cómico espectáculo.
Elliott y Sakeus contemplan las luces de la ciudad desde el Upper Javelina Canyon. Manejar de noche es una forma increíble de apreciar el tamaño de Phoenix, ciudad en la que habitan un millón seiscientas mil personas. A pesar de la cantidad limitada de agua y las intensas temperaturas de verano, es una de las urbes de más rápido crecimiento en el país.
Con las botellas de agua casi vacías, nos acomodamos a la espera de que pase el calor y observamos cómo cambian los colores del entorno con el paso de la ardiente luz. Un conejo se estira sobre su estómago a un lado del sendero; luego descubro que lo hace para refrescarse. A pesar de la proximidad con nosotros, no se va del sitio. Cuando todo está tan caliente, las prioridades cambian, sea cual sea la especie.
El descenso es la parte más alocada de todo el viaje; transitamos rampas repletas de boulders y campos de piedra suelta, mientras el sendero zigzaguea entre la cresta y el cañón. Las sombras convierten la escena en un paisaje espeluznante, pero también te dan acceso a una perspectiva que te permite completar hasta las secciones más difíciles.
Al llegar al inicio, nos derrumbamos junto a los autos y pasamos la media hora siguiente hidratándonos con una mezcla de agua, Gatorade y cervezas mexicanas heladas. Un alboroto en los arbustos revela la presencia de un gran pecarí (especie similar a un jabalí que habita en el suroeste) huyendo de una figura de aspecto dudoso sobre un scooter eléctrico. ¡Oh, Arizona!
Al salir del estacionamiento, rumbo a comprar batidos, observamos dos camiones cargados de bicicletas entrar al lugar. Son las 22:30; los lugareños saben que esta es la hora perfecta para comenzar a pedalear.
El comienzo del sendero Picketpost está a una hora en auto del centro de Phoenix, sin embargo, desde allí se puede observar cómo la ciudad ilumina el horizonte. El equipo pasa junto a un particular saguaro simétrico en su camino de vuelta a los camiones (y también a comprar burritos), tomando precauciones para no aplastar a la horda de sapos que cubre el camino unas horas después de la puesta del sol.
Sakeus Bankson
Sakeus Bankson es escritor y editor en Patagonia. Nació y creció en el este de Washington; vive en la calurosa localidad de Bellingham desde 2004.