Testeando equipo en British Columbia, con tres hawaianas y un californiano.
Todas las fotos por Christa Funk.
No tuvimos ni siquiera un mes para planificar este viaje y, recién ahora, mientras nos abrimos paso por el lento y frío tráfico de Vancouver para tomar el ferry de las 15:30, nos damos cuenta de que olvidamos empacar nuestros trajes de surf. Así son las cosas. Pero hay que decir que estoy con tres de las surfistas más competentes de Hawái, que casi nunca los utilizan.
“Ofrécele cien dólares”, suelta Paige desde el asiento trasero de la van que alquilamos.
“Paige Alms te dará cien dólares”, digo al teléfono. Me aseguro de utilizar su nombre completo, a punto de agregar: “Sí, la misma Paige Alms que ha sido dos veces campeona mundial de olas gigantes”.
Moona se desliza para eludir un slab tentador pero inestable.
Paige es leal a su foil.
Zac Elik, gerente de la tienda Patagonia Vancouver, está al otro lado del teléfono. Nuestro destino está en sus manos. En British Columbia es obligatorio el uso de trajes de surf. Si nos desviamos hacia la tienda, perderemos el ferry, además de un día entero de nuestro viaje.
Una voz grave responde: “Nos vemos en el ferry”.
"Te amo”, respondo.
“Que nadie entre en pánico”, dice Christa Funk, nuestra fotógrafa, en un tono que delata su pavor. “Pero acabo de pasarme nuestro desvío”.
Trajes gruesos, guantes, gorros, botas, bolsas impermeables y dispositivos de flotación para surf... No se trata de un viaje a la playa cualquiera.
Además de los trajes que nos dieron, la minivan va cargada con una nueva colección de equipo Patagonia para climas fríos, diseñado especialmente para condiciones que van desde inclementes a definitivamente árticas: los pantalones Hydropeak Stretch Thermal y Granite Crest Rain, las primeras capas Capilene® Midweight Zip-Neck y el Big Water Foul Weather Kit, creado para aventuras en mar abierto. Nuestro trabajo consiste en maltratar y sacarle el jugo a este equipo para luego dar comentarios detallados al departamento de I+D de Patagonia (pobres de nosotros, ¿no crees?).
El programa de testeo en terreno de Patagonia es uno de los más sólidos entre todas las empresas que fabrican ropa para actividades al aire libre. La empresa no cotiza en la bolsa, por lo que puede tomar decisiones financieras que muchos accionistas considerarían una locura. Acá es donde entra en juego The Forge, un edificio ubicado en la casa matriz de Patagonia dedicado a soñar en grande. Algunas de las prendas fabricadas en ese sitio nunca llegan a comercializarse, pues se trata de diseños experimentales. Los embajadores de la marca somos artistas del desgaste. Llevamos los productos al límite, luego enviamos fotos y reseñas escritas al equipo de materiales. Estos comentarios, generados desde el terreno y la experiencia, le dan un empujón a la innovación.
“No hacemos todo esto para cambiar nuestra marca”, afirma Eric Noll, diseñador líder de conceptos avanzados en Patagonia. “Lo hacemos para cambiar el deporte”.
De vuelta a la van, mi teléfono comienza a sonar. Es el gerente de la tienda.
“Ey, ¿vas en una minivan negra con fundas para tablas encima? Estoy detrás de ti”. Por el retrovisor vemos que hace shaka con la mano.
La grava cruje bajo las ruedas cuando nos desviamos hacia un lado del camino. Me bajo, abrazo a Zac y le doy los cien dólares. Al principio no los acepta, pero lo obligo a tomarlos. De todos modos, no es mi dinero. Luego llegamos al terminal del ferry, estacionamos en un muelle pequeño, nos reunimos con nuestro capitán y subimos a una embarcación camuflada de casi siete metros llamada El Nómada, que será nuestro único medio de transporte durante la próxima semana.
Moona desembarca de El Nómada.
“Los embajadores de la marca somos artistas del desgaste. Llevamos los productos al límite, luego enviamos fotos y reseñas escritas al equipo de materiales. Estos comentarios, generados desde el terreno y la experiencia, le dan un empujón a la innovación”.
Ya es de noche cuando zarpamos del muelle. El aire huele a bencina y lluvia. Nuestro capitán, un guía de pesca llamado RJ, enciende una barra de luces para atravesar la oscuridad, sin embargo, la bruma blanquecina hace que los rayos se dispersen en un resplandor siniestro. RJ mantiene la vista fija en un GPS que monitorea la profundidad del agua; en este momento, marca más de cincuenta metros y no se detectan troncos.
“¡Rayos!”, grita el capitán, mientras gira la embarcación con brusquedad, esquivando por muy poco a un elefante marino que aparece frente a nosotros. “¿Vieron el tamaño de esa cosa?”. Me aseguro al asiento, le echo un vistazo a un folleto plastificado de la Guardia Costera, con información sobre rescates, y luego comparto el nombre y número telefónico de mi mamá en nuestro grupo de WhatsApp, justo cuando la señal se cae.
Moona se sienta cerca de la popa. Parece una tortuga, hundida en una gruesa chaqueta de pluma. La cuatro veces campeona mundial de kitesurf creció en Oahu y nunca ha surfeado en aguas más frías que las de las playas templadas de Gold Coast, en Australia. Hasta hace poco, Paige sufría de una condición conocida como urticaria por frío, que le generaba ronchas y picor cuando tocaba el agua fría. Su causa puede ser una respuesta inmunitaria anómala a la exposición a bajas temperaturas, lo que desencadena la liberación de histamina. “Es por eso que no he visitado Mavericks en los últimos años”, comentó. “Pero este año sí que estoy lista”. Gracias a una nueva dieta y a los suplementos que toma, por fin logró superar su condición.
A la mañana siguiente, salgo de nuestro refugio flotante en dirección al muelle, resbalando con mis zapatillas sobre la madera cubierta de musgo. El hogar se mantiene a flote gracias a la ayuda de barriles herméticos y grandes bloques plumavit; cada sección se encuentra sujeta con cuerdas, cadenas y boyas. El mar está engañosamente tranquilo. Sus aguas rojizas me recuerdan al color del té helado. Sin embargo, más allá de la ensenada protegida logró ver docenas de olas que casi nunca se surfean; solo se puede llegar hasta ellas en bote. Es mi primera vez en Canadá y tengo dos objetivos que cumplir mientras me encuentre aquí, además de los comentarios prometidos a I+D. En primer lugar, quiero surfear Dropbox, un slab de clase mundial que ofrece un tubo derecho perfecto. Además de eso, quiero ver un oso negro americano. RJ dice que suelen vagar por las playas durante la marea baja para salimentarse de algas en descomposición.
Si durante la tormenta una casa flotante se aleja en el mar, hay que traerla de vuelta inmediatamente. Paige, Kyle y el capitán RJ haciendo amarres.
Subimos a El Nómada para una expedición por el día; llevamos tablas de surf, cañas de pescar y varias capas de equipo para testear. El rugido del motor es casi gutural cuando aceleramos con rumbo al mar. Las condiciones a lo largo de esta costa son impredecibles y las mareas extremas. Para contextualizar, la oscilación promedio de la marea en Hawái es de treinta a sesenta centímetros, lo que significa consistencia para los surfistas, pues el agua permanece más o menos al mismo nivel sobre los arrecifes de coral durante todo el día. En esta zona de British Columbia, la oscilación sobrepasa los tres metros. Las mareas de esta magnitud hacen que las condiciones estén siempre en constante cambio. Si por fin entrara Dropbox, es probable que solo dure alrededor de una hora, antes de que todo cambie y los arrecifes se inunden otra vez. La fuerza de estas oscilaciones también puede representar un peligro para los pescadores. Cuando las mareas reales se precipitan a través de los estrechos fiordos, las corrientes pueden alcanzar velocidades de hasta treinta y dos kilómetros por hora.
Soltamos anclas frente a un pequeño beachbreak. Camino hacia la popa cubriéndome los ojos con las manos para protegerlos del resplandor. Echo un vistazo a la playa. No hay osos negros, solo olas pequeñas.
“Buena ola para el foil”, dice Moona.
Paige y Moona arman sus foils. Yo llevo mi bonzer, una tabla mediana diseñada por Fletcher Chouinard. Los tres remamos hacia el banco de arena. Christa mete su cámara en una carcasa impermeable y salta al mar. Se sumerge en el agua por primera vez y suelta un grito que seguramente se traduce como una combinación frío y emoción.
Moona rema hacia una ola irregular que se desarma rápiddamente. Con el denso bosque como escenario de fondo, levita en su foil hacia la cara abierta de la ola, ajustando su peso con sutileza para ganar velocidad mientras corta la superficie del agua.
“¿Cuál es tu entrenamiento favorito para correr olas grandes?”, le pregunto a Paige, mientras esperamos un set.
Apunta a su corcel y dice: “Haciendo foil con viento de cola”.
Cuando los vientos alisios entran con más fuerza en Maui durante los meses de verano, Paige se mantiene en forma haciendo foil a lo largo de la costa. “Puedes alcanzar velocidades que solo son posibles si surfeas olas grandes”, me cuenta. “Te acostumbras a la rapidez”.
Paige toma una línea alta; Kyle toma otra aún mayor. No hay nada mejor que divertirte en las olas con tus amigos.
El surf de olas grandes está lleno de solemnidad y gente que no sonríe. Es la forma más peligrosa de practicar el deporte, por lo que algunos nunca bajan la guardia. No obstante, el caso de Paige roza lo ridículo. Es muy consciente de cuándo poner toda su seriedad, pero también de cuándo es tiempo de relajarse. En la actualidad es instructora del BWRAG (Big Wave Risk Assessment Group), un curso de certificación que enseña seguridad en condiciones de olas grandes; es esa preparación la que le permite disfrutar el tiempo libre.
“Flotemos por el río”, propone de repente.
Surfeamos hasta la costa y caminamos sobre la arena oscura, en dirección a una cascada de seis metros de altura, con cortinas de agua que caen desde la cima. A su alrededor se observan píceas, cicutas y abeto de Douglas aferrados a las laderas de la montaña. Paige, Moona, Christa y yo saltamos desde el borde, con nuestros gruesos trajes de surf, y flotamos río abajo como estrellas marinas, navegando sobre guijarros en nuestro camino hacia la zona salobre, donde el río se encuentra con el mar.
Moona es talentosa en muchas disciplinas relacionadas con el surf. En su caso, casi cualquier condición es buena para correr olas.
Una bonita visión de Kyle.
Esa noche azota una tormenta. Aunque cierro los ojos, los destellos de los relámpagos iluminan mi ventana con tanta intensidad que se me dilatan las pupilas. Así que me los cubro con una polera y me sumerjo en la oscuridad.
A la mañana siguiente, oigo a alguien gritar. “Hay esquirlas en el agua”, dice RJ con los ojos muy abiertos, mientras sube a su bote. Miro al otro lado de la ensenada. Una casa de tres pisos, abandonada en la costa, apareció de la noche a la mañana. Luego miro la nuestra. Una parte importante de ella ya no está. Por suerte, nadie dormía en su interior cuando se desprendió. Paige, emocionada por la situación, salta a la embarcación para ayudar al capitán. El resto la seguimos. RJ usa la proa para empujar la estructura de vuelta al otro lado de la ensenada y asegurarla en su lugar.
“Siempre pasa algo”, dice, secándose la frente.
“Buen nombre para un bote”, responde Christa. Todos nos reímos, conscientes de que la situación pudo haber sido mucho peor.
Para mantener el calor entre sesiones, ponte la chaqueta y el pantalón Hydropeak Stretch Thermal sobre el traje de surf.
El último día del viaje se nos presenta una oportunidad de marea para correr Dropbox, la codiciada joya de la costa. “¡Andaaa!”, le grito a Moona, mientras un tubo se acerca al arrecife. Ella rema detrás del peak y se precipita al interior del tubo. La cara de la ola succiona las algas del fondo y sus hojas cobrizas se extienden por encima de Moona. Al salir, una de ellas se enreda en el borde de su tabla, por lo que termina estrellándose contra un arrecife poco profundo.
Afortunadamente sale ilesa de la situación. “¡Guau! Los trajes de surf gruesos no son tan malos cuando amortiguan tu caída”.
Al final, todos surfeamos. No es tan difícil cuando tu único público son águilas calvas y una familia de nutrias marinas. Antes de que podamos notarlo, la marea cambia otra vez y la sesión llega a su final.
Nos despedimos, subimos nuestras cosas a la van y comenzamos el largo trayecto de vuelta al ferry. Voy conduciendo ensimismado, golpeando el volante al son de mis pensamientos, cuando de repente Christa grita: “¡Un oso negro!”. Doy la vuelta con rapidez y freno en un terreno lodoso, a un lado del camino. Nos bajamos con prisa y miramos al río que discurre bajo la carretera. No hay nada. Solo el sonido ambiental del agua fluyendo sobre los lisos guijarros.
Aquí, las cosas aparecen y desaparecen como destellos.
Kyle hace un larry layback.
Una de las cosas que más le gustó a Kyle de esta Big Water Foul Weather Jacket amarilla fue que combinaba a la perfección con su tabla FCD Huevo Ranchero.
Kyle Thiermann
Kyle Thiermann es embajador de surf en Patagonia, presentador de podcast y periodista. Puedes seguir su trabajo aquí.