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Una vida tranquila

Gerry Lopez / 8 min de lectura / Surfing

Un viaje a Amami Ōshima, en Japón, transporta a Gerry Lopez hacia un sentimiento familiar en una tierra distante.

Nací en Honolulu a finales de la década de 1940, antes de que Hawái se convirtiera en un estado. Por aquel entonces, la vida era fácil, existía lo que llamaban el “estilo isleño”; era el tipo de vida que todos llevaban… Al menos todos a quienes conocíamos. Durante los fines de semana y después de salir del colegio solíamos pasar las tardes en la playa que quedaba al otro lado del zoológico. Había turistas cerca de los hoteles y también en las fiestas lū‘au en la playa de Queen’s Surf, sin embargo, en el resto de Waikīkī Beach y Kapi‘olani Park solo se veía locales. Un día mamá nos llevó a mi hermano y a mí a surfear en Baby Queen’s, pero ninguno de nosotros, incluida ella, tenía la menor idea de que las cosas cambiarían de rumbo tan drásticamente. Ambos fuimos picados por el “bicho del surf” ese día, aunque fue Victor quien lo sintió primero.

Gerry y Pipeline combinan tanto como la mantequilla de maní y el chocolate. Van bien por separado, pero juntos son mejores. North Shore, O‘ahu. Foto: Jeff Divine.

Stanford Chong, un compañero de clases de Vic, y toda su familia surfeaban juntos, así que al poco tiempo mi hermano ya tenía su propia tabla de surf y practicaba con ellos a toda hora. Tenían una casa de campo en la playa, en la zona este de O‘ahu, entre Crouching Lion y Chinaman’s Hat (Mokoli‘i), así que a menudo me invitaban a pasar el fin de semana con ellos, sobre todo porque la hermana de Stanford, Marlene, era mi compañera de clases.

Su hogar era grande, con un gran patio y algunos árboles hau alrededor de un quincho y un fogón. Solíamos conducir fuera de la ciudad de Honolulu, cruzando la Pali hacia la ciudad de Kāne‘ohe por el lado barlovento de la isla, con el océano a nuestra derecha y el Ko‘olau Range a nuestra izquierda. En el lado Este llueve casi a diario, por lo que todo se mantiene verde y en constante crecimiento. Por las mañanas caminábamos a la playa para buscar flotadores japoneses de pesca hechos de cristal que pudiesen haber llegado a la orilla, aunque los mayores siempre se adelantaban; despertaban más temprano y sabían dónde buscar. A veces, después del desayuno, el señor Chong sacaba a todos los niños en su bote para pescar un poco o explorar Chinaman’s Hat. En ocasiones probábamos el arpón en los arrecifes frente a la casa.

En algún momento, y sin siquiera saber que estaba sucediendo, desarrollé una fascinación por este lado de la isla como la de un niño pequeño. Era como caer bajo un hechizo… Su tacto, su aspecto, su olor y su idiosincrasia eran especiales. Por ejemplo, aprendí a estar atento a las fragatas portuguesas para evitar sus dolorosas picaduras cuando soplaban los vientos alisios, también a notar cuán vívidas y brillantes eran las estrellas en las noches oscuras, sin que las luces de la ciudad arruinaran el espectáculo.

Por aquel entonces no era consciente de lo idílica que fue aquella época. Solo lo pude apreciar más tarde, al crecer y pensar en el pasado. Cuando se es tan joven la vida está llena de preguntas, incertezas y de ese buscarse a sí mismo en medio de terrenos inestables. Pero esos momentos en el lado Este fueron como aplicar aloe vera en una quemadura: era como una especie de “ahhh” muy distinto y calmante, así que siempre esperaba poder regresar con mucha emoción.

En cierto modo, la vida es como ir en el auto de papá, que nos lleva a lo largo del camino pero que, en algún momento, debe detenerse en una gasolinera antes de seguir avanzando. Los fines de semana en casa de los Chong, junto a la playa, eran para mí esa gasolinera. Luego todo cambió, comencé a funcionar con otro tipo de combustible; el surf empezó a sentirse y a llenar mi estanque. No creo haberme dado cuenta ni siquiera de que una cosa había reemplazado a la otra, no era consciente en lo absoluto. El surf, como actividad que requiere gran esfuerzo, no solo consume tu tiempo de forma inevitable, sino que también absorbe todo lo demás. Surge como una profunda pasión y se convierte en todo lo que quieres hacer, al mismo tiempo que aviva un gran fuego interior que te conduce a… bueno, a que tu deseo de seguir practicándolo sea insaciable.

El paisaje hizo a sentir a Mr. Pipeline como en casa apenas se puso sus sandalias. Amami Ōshima, Japón. Foto: Hideaki Satou.

Más tarde me mudé a Kahalu‘u, en las afueras del lado Este; tal vez tomé esa decisión producto de aquella antigua armonía que conocí en la casa de los Chong. Pasé mucho tiempo conduciendo: ya fuese a mi tienda de surf en la ciudad, a Ala Moana para surfear durante el verano o en un largo viaje al campo para disfrutar de las olas durante el invierno. A veces, cuando iba de pasajero, observaba la casa de los Chong al pasar cerca de ella, pero nunca vi a nadie. En un par de ocasiones incluso me detuve, pero estaba vacía, y la emoción dulce y penetrante que me provocaba ya no existía. Sin embargo, el surf seguía siendo mi combustible, así que supongo que no la echaba de menos.

La vida pasaba mientras los años volaban. En 2017 el equipo audiovisual de Patagonia propuso realizar un proyecto documental que debía estar predestinado a existir, pues se desarrolló tal como se despliega la vela de un spinnaker ante una fuerte corriente de viento. Por supuesto que tuvo sus contratiempos, pero para el verano del año pasado ya estábamos listos para estrenarlo.

“Las corazonadas son extrañas y poderosas. Por lo general ni siquiera las cuestionamos mientras nos deleitamos con ellas, sin pensar nunca en su profundidad ni en su duración”

Posteriormente hicimos un tour por Estados Unidos, Europa, Australia y Japón. Stacy Peralta, el director, me acompañó en la mayoría de las paradas, menos en Japón. Estaba ocupado, así que tuve que ir solo. Al emprender este proyecto, jamás pensamos que algo como el COVID-19 tendría un efecto tan potente, sin embargo, sorprendió al mundo entero y sin duda interpuso algunos obstáculos en la gira de nuestro documental. Japón recién había abierto sus puertas a los visitantes extranjeros cuando llegamos a ese país. Realizamos proyecciones en Kamakura, Sendai, Tokio, Osaka y Fukuoka: ciudades en las que había estado antes y en las que tenía viejos amigos; las funciones fluyeron de maravilla.

La parada final fue en Amami Ōshima, una de las pequeñas islas cercanas a Okinawa. En el pasado había escuchado de ella, pero jamás la había visitado. El problema fue que un tifón de trayectoria impredecible iba en dirección al mismo lugar al que nosotros. Para la mayoría de la gente una advertencia de tifón es razón suficiente para reprogramar su viaje, pero para un surfista es una señal inequívoca de que se avecina buen oleaje, por lo que sirve más como atracción que como disuasión. Además, todo el equipo japonés de Patagonia estaba integrado por surfistas, así que por supuesto que fuimos.

Gerry se detiene a oler las rosas (plumerias, en el caso de Amami Ōshima). Foto: Hideaki Satou.

El océano se veía espectacular desde arriba antes de aterrizar, ese azul intenso con fuertes vientos alisios soplando sobre las olas blancas y marejadas en dirección hacia las islas. Al mirar por la ventilla me imaginaba surfeándolas sobre una tabla de SUP a favor del viento, o tal vez sobre un wing foil.

Llegamos al aeropuerto usando todavía nuestra ropa de ciudad: pantalones largos y zapatos. En cambio, nuestras amistades nos esperaban usando shorts y sandalias. Amigo, puedo decir que tan solo con un vistazo supe que todos ellos vivían súper tranquilamente. No podía esperar para cambiarme de ropa y unirme al grupo. Tan pronto como abandoné el avión, algo sucedió… Se trataba de una sensación, un olor particular, el verdor de las colinas. No sé lo que era, pero sentí que estaba de vuelta en un lugar que había visitado antes. Observé más en detalle: las plantas y los árboles me resultaban familiares, ese océano azotado por el viento que reconocí de otro lugar, las olas rompiendo en aguas cristalinas sobre arrecifes de coral, sin mencionar las playas arenosas; era como si conociera ese sitio, aunque en realidad no era así.

Izquierdas tropicales de ensueño, como estas, fueron esenciales en la carrera de Gerry y nunca pasan de moda. Foto: Hisayuki Tsuchiya.

Algunos viejos amigos, así como también muchos nuevos, nos agasajaron con collares lei y nos recibieron con un entusiasmo relajado, familiar y amistoso. El viaje en automóvil al hogar de nuestros anfitriones y a la tienda de surf fue como un inquietante déjà vu. Al llegar, rápidamente me puse mis shorts y mis sandalias, lo que me hizo sentir más a gusto en ese entorno.

Una rápida caminata a la playa para conectar con la arena y el agua me ofreció una sorprendente revelación con respecto a las fuertes sensaciones que experimentaba; entrar en contacto con la naturaleza y observar los desgastados revestimientos de las casas a merced del viento junto al mar… Fue como volver al hogar de los Chong en el lado Este 65 años atrás. Ese sentimiento lleno de amor nunca se había ido, solo necesitaba del estímulo adecuado para florecer, tal como siempre lo había hecho. Las corazonadas son extrañas y poderosas. Por lo general ni siquiera las cuestionamos mientras nos deleitamos con ellas, sin pensar nunca en su profundidad ni en su duración. El resto del viaje fue completamente relajado y sin contratiempos, como es de esperar cuando se está con familia y amistades. Condujimos hacia el otro lado de la isla. Para mí, todo el camino si sintió como si estuviésemos en Hawái. Surfeamos unas olas excelentes con amigos muy queridos, disfrutamos de muy buena comida y contamos historias; la vida era muy bella.

Gerry y Hayato Maki, embajador de surf de Patagonia proveniente de Okinawa (Japón), remando para disfrutar otra vez de una “última ola”, pero ni siquiera esta lo sería. Foto: Hisayuki Tsuchiya.

Al día siguiente proyectamos el documental para la comunidad local de surfistas, quienes resultaron ser una audiencia maravillosa. Esa noche, con el huracán al acecho en el horizonte, despegamos del aeropuerto y llegamos tarde a Tokio. El tifón azotó Okinawa, pero puede que todas las buenas vibras generadas fuesen lo bastante fuertes como para alejar la tormenta de Amami Ōshima, a donde nunca llegó.

Fue un viaje maravilloso, al “estilo isleño”, que no voy a olvidar pronto. Cuando dejé esa pequeña isla y a su unida comunidad de surfistas mi estanque estaba lleno de combustible de primera calidad. Apuesto a que el resto del equipo sentía lo mismo.

Perfil del Autor

Gerry Lopez

Hay pocas imágenes tan icónicas como la de Gerry Lopez surfeando con tranquilidad una ola de más de dos metros en Pipeline. Tras redefinir el arte de surfear tubos en la costa norte de O’ahu, se enfocó en Indonesia, donde fue pionero de este deporte en lugares tan legendarios como Uluwatu y G-Land. Ahora se encuentra establecido en Oregón, en donde surfea y fabrica tablas, escribe y hace snowboard con estilo en los días powder cerca de su hogar, en Bend.